El barrio de Sants-Les Corts, como tantos otros en Barcelona, posee sus propias historias de brujas. Se remontan apenas tres siglos atrás, y, todavía hoy, los más ancianos de la zona recuerdan las leyendas que les contaban sus abuelos. Una de las más conocidas, la de las brujas de Can Bruixa, merece ser narrada.
Dicen que, en algún momento del siglo XVIII, cuando el paisaje del barrio se conformaba de campos y masías, un cónclave de brujas se reunió cerca de una zona que llegaría a conocerse como Can Bruixa, bordeada por un riachuelo llamado el Torrent dels Morts. Eran bellas y de mirada pícara. Los adolescentes y jóvenes de la zona quedaban extasiados por su hermosura y participaban en los rituales más oscuros sin oponer resistencia. Noche tras noche, mujeres y hombres desnudos danzaban frenéticamente alrededor de un fuego encendido sobre una roca, en la que se encaramaba una criatura de una beldad demoníaca.
Muchos días pasaron. Los aquelarres no se detenían. Las noticias de estos actos blasfemos llegaron a oídos del clérigo de la zona. Indignado, dispuso lo necesario, con la connivencia de la iglesia católica, para realizar un exorcismo. Arropado por un centenar de fieles, se dirigió a Can Bruixa armado con su fe y agua consagrada. Cuentan que las brujas, al ser rociadas con el agua bendita, gritaron de tal modo que el sonido quedó grabado en el propio viento. Al cabo de varias horas, desaparecieron entre nubes de azufre. El clérigo, satisfecho por su victoria, fue coreado por la muchedumbre.
Sin embargo, nunca es fácil deshacerse del mal. Años más tardes, se decidió construir una masía que se apodó de Can Bruixa, por lo que había acontecido años antes. La familia que la habitó se quejaba a menudo de que ocurrían cosas extrañas. Por las noches, decían, veían a figuras etéreas pasearse por los pasillos. Oían susurros y gritos diabólicos. Las brujas habían dejado su legado en forma de desgarro en el tejido de la realidad. Crearon un pasaje a una dimensión prohibida, la que separa el mundo de los vivos y de los muertos. El cielo del infierno. El limbo donde las almas que se niegan a dejar atrás la tierra esperan por toda la eternidad. Y la espera suele volverlas furiosas.